Gabriel Kessler: El impacto social del desempleo

Dr. Gabriel KESSLER
Doctor en Sociología – Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, Paris
Profesor Universidad Nacional de General Sarmiento-Area de Sociología
y UdeSA -Maestría en Administración y Política Pública. Investigador del CONICET.
En esta oportunidad, tengo el agrado de dejarles un resumen de este artículo que leí de Gabriel Kesller, Doctor en Sociología. Es además investigador del Conicet y profesor de la Universidad Nacional de General Sarmiento. En su producción académica hay títulos como Sociología del delito amateur (2004) y El sentimiento de inseguridad (2009).
Las dimensiones de la experiencia
El trabajo posibilita una estructuración temporal personal, proporciona relaciones extra-familiares, favorece la participación en objetivos colectivos y aporta recursos para la definición de la identidad y del status personal. Por ende, el desempleo acarrea la privación de las mismas.
Para la teoría de la privación, la distancia fenoménica entre un ocupado y un desocupado, reside en que mientras el primero se preocupa por la calidad de tales experiencias, dando descontada su existencia, el malestar del segundo reside en la privación de la posibilidad misma de dichas vivencias.
Otros trabajos encuentran que durante el desempleo aumentan sobremanera los contactos familiares. Pero la nostalgia de los ex trabajadores por los lazos profesionales, así como el descontento por verse limitada a las relaciones familiares, evidencia que uno y otro tipo de vínculo son complementarios pero de ningún modo sustituibles. La vida familiar está cargada de la efectividad propio a los lazos primarios, mientras que las relaciones laborales se proyectan sobre otros ámbitos, enriqueciendo el universo experiencial de los individuos.
Los lazos fuertes unen por lo general a personas semejante en cuanto a su calificación, perfil profesional, entre otras. A su vez, los vínculos fuertes de una determinada persona tienden a relacionarse entre sí, conformándose redes más o menos cerradas. Por el contrario, los lazos débiles vinculan a personas más heterogéneas, con inserciones sociales muy variadas. Por ende, aquello desempleados que se repliegan en sus vínculos primarios van perdiendo sus lazos débiles con lo cual restringen sus oportunidades laborales.
El tercer lugar, el desempleo priva de la participación en objetivos colectivos sin que aspiraciones individuales los suplanten.
Por último, el desempleo afecta el status social y genera un estigma que sería más pronunciado en los países anglosajones por la pregnancia de una ética de responsabilidad individual de matriz protestante. Con todo, en el conjunto de las sociedades, la tendencia es la siguiente: al aumentar la tasa de desempleo, más se lo asume como problema social por lo cual, menos se lo atribuye a causa individuales y menos aparece como una fuente de estigmatización. Es decir, el desempleo genera una mácula cuando aparece como una “desviación” frente a la norma imperante, el trabajo. Pero en los tiempos que se reinscribe en el espacio público con una amenaza virtual para gran parte de la sociedad, disminuye su carga estigmatizante.
Lazarsfeld y Eisenberg elaboran la llamada “teoría de los estadios” basada en los hallazgos comunes de los trabajos de la primer época. Trazan un periplo del desempleado signado por el shock inicial al verse despedido, seguido luego por la búsqueda activa de trabajo en un período de estabilidad emocional. A continuación, si los esfuerzos no dan resultado, el individuo se vuelve pesimista, experimenta ansiedad y, en un cuarto momento, se vuelve fatalista y comienza a resignar objetivos y necesidades. Más allá de distintas críticas realizadas posteriormente, se sigue considerando a la teoría de los estadíos un marco útil para el análisis de la experiencia de desempleo.
Por último, tampoco los aportes de la psicología social deben ser descartados a la hora de estudiar el tema.
La identidad social
El desempleo al ir resquebrajando la identidad trabajadora, va dejando al descubierto los basamentos de su construcción en las distintas etapas históricas. En efecto los tres períodos presentan perfiles bien diferenciados. En los ‘30, los desocupados eran casi exclusivamente hombres. En los ‘80 se incluyen ambos sexos y con un interés particular en los jóvenes con dificultad de inserción. Pero recién el incremento de desempleo de larga duración ocurrirá a comienzos de los ‘90.
Un estudio realizado en Francia por D. Schnapper en 1981 analiza las capacidades de distintos desempleados para instrumentar algún status substituto al actor económico. Así, junto a la experiencia de desempleo total, describe otros dos grupos que constituyen status diferentes. El desempleo invertido es el caso de jóvenes que comienzan o retomar estudios o actividades artísticas, definiéndose a sí mismos como “ni trabajadores ni desocupados”. Por su parte, el desempleo diferido es característico de ex ejecutivos que administran su tiempo con la misma rigurosidad que lo hacían cuando estaban ocupado, convirtiendo la búsqueda de trabajo o la capacitación en una actividad a tiempo completo rígidamente pautada.
Y si las diferencias respecto a los obreros de los años 30 son evidentes, también lo son con relación a los trabajos posteriores, por ejemplo el realizado 10 años más tarde también en Francia por Didier Demaziere (1992).
Se abre para los excluidos del mercado de trabajo, nuevas posibilidades de identificación a ser negociadas, con los agentes públicos quienes, ante la complejidad creciente de la situación, no puede limitarse a continuar a continuar aplicando status de acuerdo a un modelo pre-establecido. En lo que concierne a los estudios, tal como lo ilustra el trabajo de Demaziere, estos acusan el pasaje de un interés habitual por los mecanismo de adaptación de las identidades individuales al novedoso análisis de las negociaciones identitarias, es decir, los procesos individuos privados de trabajo, los profesionales encargados de la lucha contra el desempleo. En tale negociaciones se intenta llegar a un compromiso y encontrar una categoría subjetivamente legítima para el desempĺeado y burocráticamente aceptable para el agente público.
Familia y relaciones de género
Hay quien demandan si el desempleo de larga duración no constituye una oportunidad para la renegociación de los roles de género al interior del hogar.
Fueron las protecciones públicas propias de la sociedad salarial las que, al actuar como resguardo frente a la privación absoluta, favorecieron el fortalecimiento de los objetivos expresivos de las familias por sobre aquellos ligados exclusivamente a la supervivencia.
Las transformaciones de género también influyen en la experiencia de desempleo. Durante la Gran Depresión americana, la férrea división del trabajo doméstico , hizo que las mujeres empleadas con maridos desocupados debieran sobrellevar sin posibilidad de compartir una carga laboral y una carga doméstica es incremento constante.
En relación con los jóvenes, las investigaciones coinciden en que la falta de trabajo dificulta la formación de una nueva familia. Asimismo, en cuanto a parejas conformadas, el desempleo se correlaciona con un incremento de conflictividad conyugal en todo edad y grupo social. Sin embargo, diferencias de género existen, plena igualdad de otras variables, el “riesgo soledad” producido por el desempleo es mayor para los hombres que para las mujeres.
Ahora bien, lo que falta determinar es cómo el desempleo erosiona los lazos familiares.
La profundización del desempleo de larga duración y las nuevas formas de intervención pública son el contexto de origen de una línea de estudios sobre lo que se ha dado en llamar el “efecto familiar”.
Los primeros trabajos ponen de manifiesto la relación entre representaciones colectivas y políticas públicas.
También se registra un efecto de “vasos comunicantes” entre padres e hijos.
El segundo grupo de estudios analiza la relación entre el desempleo de un miembro de la familia y la empleabilidad de los restantes. Tres son los hallazgos más significativos. En primer lugar, el cónyuge de un desocupado tiene dos o tres veces más chance de quedar a su vez desempleado que si su pareja fuera ocupado. En segundo lugar , cuando los dos son padres desempleados, los hijos viviendo en el hogar tienen mayor probabilidad de serlo que si sus progenitores estuvieran empleados. Finalmente, a diplomas o calificación equivalente, ser hijo de obrero aumenta las probabilidades de desempleo.
Desempleo y salud
Luego de una primer etapa en la que los estudios agregados mostraban correlaciones escalofriantes entre desempleo movilidad física y mental y mortalidad, los trabajos fueron ganando precisión hasta sugerir en la actualidad la necesidad de un replanteo mismo del problema. Dos son los problemas metodológicos principales. Uno, aislar el efecto patógeno exclusivo del desempleo; lo segundo es la cuestión temporal. A corto plazo, ciertos efectos patógenos son evidentes y a largo plazo, está demostrada la correlación entre niveles de desempleo y mayores tasas de mortalidad y morbilidad; la “caja negra” es lo que sucede en el mediano plazo.
También en lo que concierne a la salud física, los datos agregados demostraron una correlación entre desempleo y mortalidad. En efecto, el deterioro físico fue menor en aquellos trabajadores que durante el desempleo, se beneficiaron de importante apoyos coaxiales, de una mayor capacidad de adaptación a la situación así como de un bajo nivel de estrés.
Otros trabajos plantean una relación ambivalente entre desempleo y salud. En primer lugar, una situación paradójica: los desempleados perciben un empeoramiento de su salud, pero ciertos exámenes médicos no constatan tal degradación. En segundo lugar, habría un riesgo patógeno también en los no desempleados. En tercer lugar, también la salud del entorno del desempleado empeora: se detecta un incremento de la morbilidad entre los familiares de los desempleados.
No hay que olvidar que los grupos que más padecen la desocupación son aquellos con trayectorias laborales más precarias. Esto nos lleva a pensar de manera novedosa la relación entre desempleo y salud. Es decir, considerar al desempleo no sólo como eventual causa de mortalidad, sino también como indicador de una trayectoria laboral signada por la precariedad, de la que la desocupación es una de sus manifestaciones.
Desempleo y delincuencia
La relación entre desempleo-delito es una preocupación fundamentalmente americana, no sólo por las altas tasas de criminalidad existente, sino también porque el tradicional interés por la underclass favorece el establecimiento de algún nexo causal entre ambos fenómenos.
Surgieron así explicaciones tautológicas en las que las underclass tendría una tendencia a los actos delictivos por su pertenencia a una subcultura con propensión a la desviación.
En la compleja relación que aquí nos ocupa, la edad interviene como variable central, en particular en la conformación incipiente de “espirales delictivas”. Es de particular interés los casos de jóvenes que, habiendo cometido algún delito, experimenta seguidamente dificultades de inserción laboral. En tales casos, es más probable que continúen delinquiendo hasta la adultez. A su vez, los jóvenes que sufren el desempleo en el comienzo de la vida adulta son los que más frecuentemente, desarrollaran una verdadera carrera delictiva, ya entonces con menores posibilidades de recuperación. En contraposición, tal tipo de retroalimentación entre desempleo y delincuencia es menos habitual en los que pierden sus puesto cuando ya están establemente insertos en el mercado de trabajo.
Reflexiones finales
Fue el objetivo de esta revisión servir tanto a la investigación científica como al diseño de políticas públicas. En cuanto a lo primero, las evidencias acumuladas no dejan dudas acerca de que la desocupación acarrea consecuencias en el campo experiencial del individuo. Al mismo tiempo, al tratarse de problemas complejos, mediados por distintas variables, los estudios actuales nos obligan a ser cautelosos en cuanto a la validez absoluta de ciertas relaciones, como las que existían entre desempleo y delincuencia, desestructuración familiar o enfermedad.
Por último las investigaciones evidencian que los efectos negativos del desempleo se autonomizan de su factor causal y pueden perdurar, aún luego de una eventual reinserción laboral. En lo que respecta a las políticas de empleo, esto indica que no es suficiente con brindar trabajo para subsanar el impacto negativo que su pérdida hubiera ocasionado en el pasado. Es necesario incluir en tales programas el tratamiento de los efectos del desempleo en la salud, en la familia, en las relaciones sociales, de modo de contribuir a que el trabajo recupere su potencial como agente de integración social.