Roy Hora, Historia económica de la Argentina en el siglo XIX: El boom exportador

Roy Hora, Historia económica de la Argentina en el siglo XIX: El boom exportador

Entre 1880 y 1914, la economía argentina experimentó un desarrollo formidable, que la colocó entre las de mayor crecimiento del período a escala mundial. El incremento de la capacidad exportadora estuvo sustentado en la puesta en explotación de las vastas extensiones de tierra virgen de la región pampeana y en una profunda transformación de las empresas agrarias y los sistemas de transporte. La expansión exportadora fue posible gracias a un incremento dramático en la escala de los flujos de capital y fuerza de trabajo que se dirigían hacia Río de la Plata. El estado desempeñó un papel de considerable importancia en la expansión económica.

Una economía mundial más integrada

En este período, la Argentina se convirtió en uno de los grandes exportadores mundiales de alimentos de clima templado.

La constitución de un mercado mundial de alimentos de clima templado se sustentó sobre una profunda transformación de los sistema de transporte, hecha posible por el desarrollo de tecnologías basadas en el empleo masivo de hierro y el vapor. La aparición de buques más veloces y de mayor tamaño, capaces de volver más rápida, segura y previsible la navegación oceánica, redujo drásticamente el costo del transporte marítimo. Las nuevas tecnologías de transporte supusieron un cambio cualitativo del escenario en el que se desenvolvía el sector exportador argentino.

Una nueva infraestructura de transportes

Para aprovechar las ventajas de las nuevas tecnologías de transporte y conservación, la Argentina debió renovar su infraestructura de transportes. En lo que a puertos se refiere, el cambio comenzó por el del Riachuelo y se extendió al nuevo puerto Madero. También se construyeron nuevas terminales en Bahía Blanca y Rosario. Más relevante aún fue la construcción de un moderno y extenso sistema ferroviario, que permitió integrar a los mercados externos vastas regiones del país, favoreciendo a la vez la conformación de un mercado nacional.

A lo largo de este período, el ferrocarril desempeñó un papel crucial para estimular el cambio productivo.

Con el orden político más consolidado, en la década de 1880 cobraron forma ambiciosos proyectos de inversión ferroviaria.

Una vez superada la Crisis del Noventa, el tendido de rieles volvió a crecer a un ritmo febril, alentado la notable expansión de la producción de granos de la primera década del siglo XX.

En víspera de la Primera Guerra Mundial, la Argentina poseía uno de los sistemas viales no sólo más extensos sino también más económicos del planeta. Este logro se debía a las ventajas que presentaba un terreno llano  y también gracias a la política de las compañías privilegió la ampliación de la red.

La inversión extranjera

La inversión extranjera cobró un súbito impulso a comienzos de la década de 1880, cuando procesos de más largo plazo, vinculado a la expansión de los mercados de capitales europeos, se combinaron con circunstancias específicas que volvieron a la Argentina muy atractiva a los ojos de los inversores internacionales. Cuando el ciclo de inversiones se cerró abruptamente con la Primera Guerra Mundial, la inversión externa había crecido más de veinte veces, lo cual convirtió a la Argentina en el principal receptor de capital externo en América Latina. Sin esta descomunal inyección de recursos externos, el ritmo de crecimiento de la economía argentina habría sido mucho más pausado.

Aunque  no faltó la competencia entre empresas e inversores de distinta nacionalidad, durante este período se advierte un claro patrón de especialización basado en criterios como la antigüedad de llegada y las fortalezas relativas de las economías metropolitanas.

En definitiva, la inversión extranjera financió la instalación de una infraestructura básica, sobre todo en el sector de transportes y comunicaciones, imprescindible para la puesta en producción de las fértiles tierras pampeanas.

La inmigración masiva

La gran globalización de las tres o cuatro décadas previas a la Gran Guerra produjo vastos movimientos humanos a través de los océanos. La región pampeana constituyó un área de atracción de inmigrantes a lo largo  de todo el siglo XIX, pero en esta etapa el ritmo de llegadas se aceleró hasta adquirir proporciones gigantescas.

El ciclo migratorio fue similar al de la inversión externa: los años ochenta y el decenio anterior a la Gran Guerra fueron sus momentos más dinámicos.

En los lugares de mayor concentración de inmigrantes, como las grandes ciudades del litoral, eran los nativos y no los extranjeros quienes se encontraban en franca minoría.

La migración masiva constituyó un fenómenos original de esta etapa de veloz integración de los mercados mundiales. Habitualmente , la migración no constituía un salto al vacío. Los millones de hombres y mujeres que cruzaron el Atlántico y el Ecuador buscaron conjurar los peligros y atenuar la incertidumbre que suponía una aventura de esta naturaleza recurriendo a la guía y el apoyo de parientes, amigos o paisanos ya instalados en los lugares a los que se dirigían. Las redes familiares  y sociales sirvieron para facilitar la inserción del recién llegado en la sociedad receptora. La existencia de estos vínculos permiten entender algunas peculiaridades del flujo migratorio, como el hecho bastante frecuente de que algunos pueblos o regiones produjesen gran cantidad de migrantes, mientras que distritos vecinos de similares características sociodemográficas permaneciesen al margen del proceso.

Sin embargo la importancia de estas redes no debe exagerarse: una explicación comprensiva de los patrones generales del fenómeno migratorio debe colocar en primer plano factores más estructurales referidos al nivel relativo de los salarios y el contexto de oportunidades que esperaba a los migrantes en el punto de destino. Estas dos dimensiones resultan cruciales para explicar la excepcional importancia del flujo migratorio hacia nuestro país en este período.

El hecho de que cerca de la mitad de los arribados al país regresara a sus países de origen hace suponer que la diferencia en los ingresos nominales constituía un factor decisivo para un número considerable de inmigrantes.

Sin embargo, para muchos europeos, más relevante que el nivel salarial era el hecho de que la Argentina ofrecía oportunidades de progreso económico y social más amplias que las existentes en las jerárquicas y estratificadas sociedades de las que habían partido.

Quienes arribaron a la Argentina se encontraban entre los individuos más dinámicos y emprendedores de sus comunidades, y muchas veces también entre los más calificados. Como es frecuente en los procesos migratorios, los que dejan su tierra natal no son los más destituidos sino, en promedio, los más osados y ambiciosos.

Hacia 1910, la Argentina, junto con otros países “nuevos” como los Estados Unidos, Canadá y Australia, se encontraba entre las economías con  el porcentaje más alto de población activa.

En esta población donde predominaban los individuos en edad productiva también se hallaban sobrerrepresentados los varones, el grupo prextranjera se mantuvo muy elevado, pues entre 1895 y 1914 se ubicó en torno a oductivo por excelencia. EL índice de masculinidad de la población 1,7 hombres por cada mujer.

Finalmente, señalemos que la formidable mejora en el capital humano y en el tamaño relativo de la población trabajadora aportada por la inmigración tuvo impacto directo e inmediato sobre el crecimiento económico de la Argentina.

En síntesis, en el punto más alto del secular ciclo migratorio que atrajo a millones de europeos a las costas del Río de la Plata, la economía argentina gozó del enorme potencial de crecimiento ofrecido por una población trabajadora no sólo más numerosa, calificada y motivada que la que podía producir su propio desarrollo vegetativo, sino también menos marcada por la presencia de grupos (de edad y sexo) poco productivos, a la vez que bien implantada en las regiones y actividades de mayor dinamismo del país.

Las importaciones

Al calor del auge inversor y de la llegada de inmigrantes, el patrón de importaciones experimentó grandes transformaciones. A lo largo del período, las importaciones se multiplicaron por nueve. Esta expansión importadora se explicaba en parte por el fuerte incremento de la capacidad de consumo de la población, y en parte también por las nuevas demandas que surgían de la construcción de una economía más compleja.

El auge importador dio lugar a importantes saldos negativos en la balanza comercial, particularmente cuantiosos en la década de 1880. En el corto y mediano plazo, el déficit comercial se salda con inversión externa. Esta situación colocaba gran presión sobre cuenta de capital, sólo tolerable si el flujo de inversión mantenía su curso ascendente. En el largo plazo, las tensiones ocasionadas por el déficit comercial sólo podría revertirse si las inversiones ayudaban a multiplicar la capacidad exportadora de la economía, como en efecto sucedió con particular intensidad a partir del nuevo siglo. Desde entonces y hasta la Primera Guerra Mundial, auxiliada por una considerable mejora en los términos de intercambio, la Argentina experimentó un formidable crecimiento de que economía de exportación.

La transformación ganadera

El signo dominante de la evolución ganadera de esta etapa estuvo dado por un profundo proceso de renovación productiva, que colocó a la ganadería pampeana cerca de la frontera internacional en la materia y la consagró como una de las más competitivas y eficientes del mundo.

La principal novedad sobrevino como resultado de innovaciones tecnológicas que tornaron posible la exportación de carne a los mercados europeos, abriendo un nuevo horizonte de crecimiento. La mejora en la navegación atlántica y la tecnología del frío permitieron que la producción de carne se convirtiera en la actividad dominante en la ganadería pampeana.

Desde la aparición de los frigoríficos, los ovejeros argentinos, hasta entonces especializados en la cría de razas merinas apreciada en primer lugar por la calidad de su lana, orientaron sus esfuerzos hacia razas que produjeran también carne. Entre ellas pronto se destacó la Lincoln, de muy buena adaptación a los húmedos campos de la región pampeana.

La renovación de la ganadería bovina siguió los pasos de la ovina, pues en gran medida se apoyó en los recursos y la experiencia generados a partir del proceso de expansión productiva y cambio tecnológico desencadenado por esta última en las décadas previas.

El crecimiento agrícola

El retroceso relativo fue resultado del veloz ascenso de la agricultura, que pasó de representar menos del 5% a más del 50% de las exportaciones.

La agricultura santafesina se extendió a gran velocidad, impulsada por la instalación de agricultores inmigrantes en las tierras nuevas y muy baratas que la construcción de líneas férrea permitía conectar con los puertos del Paraná y los mercados de consumo.

En Bueno Aires, la expansión ferroviaria durante de la década de 1880 y el arribo de inmigrantes también estimularon el avance de la agricultura, pues permitieron reducir, de manera drástica, los costos de recoger la cosecha.

No obstante, desde comienzos de la década de 1890, la agricultura se expandió con fuerza en territorio bonaerense. Parte importante de este desarrollo tuvo lugar en los distritos ganaderos, en especial en las tierras ocupadas por vacunos refinados, pues allí el cultivo de cereales se volvió complementario de la ganadería. El éxito de la ganadería bovina refinada dependía del reemplazo del vacuno criollo por razas  con mayor masa cárnica, pero también de la mejora en las pasturas. Esto último favoreció una rápida difusión de las praderas artificiales, en especial de alfalfa, el forraje que mejor se adaptaba a los suelos pampeanos.  Así se incrementó con rapidez la superficie sembrada con maíz y trigo, ya que la implantación de alfalfa mejoraba si las praderas naturales eran sometidas previamente al cultivo de estos cereales durante algunos años.

Razones más específicas también contribuyeron a afianzar esta modalidad de expansión del cultivo en las tierras ganaderas. Los grandes hacendados desempeñaron un papel de primer orden en la promoción y financiación de la mejora de las praderas de sus estancias, pero su acción debió desenvolverse dentro del marco de restricciones que caracterizaban  economía pampeana.

Este sistema, que articulaba agricultura y ganadería, fue quizás la principal modalidad contractual a través de las cual cobró forma el desarrollo agrícola en la mayor provincia argentina.

La excepcional performance de los cultivos de exportación en el cuarto siglo previo a la Primera Guerra Mundial se apoyó sobre tres pilares: ferrocarriles, trabajo y maquinaria agrícola.

Sin embargo, el desarrollo de los cultivos de exportación en el cambio de siglo fue algo más que una simple expansión horizontal sobre tierras que no conocían al arado. La incorporación en gran escala de maquinaria agrícola moderna resultó imprescindible para que la Argentina pudiese finalmente explotar la enorme reserva de tierra y la creciente oferta de trabajo que fluía hacia ella. De este modo, dio vida a una agricultura de exportación extensiva, cuyo enorme potencial de crecimiento se asentaba sobre costos de producción inferiores a los de sus competidores a nivel mundial.

En las décadas del cambio de siglo los agricultores concentraron sus esfuerzos en la expansión de la escala de la producción y la inserción en el mercado global, de modo de sacar todo el provecho posible de la abundancia, el bajo precio relativo y la fertilidad natural de las tierras de la llanura pampeana. además de un suelo  excepcionalmente  fértil y fácil de trabajar, la pampa poseía un clima superior al de sus competidores de la agricultura de exportación. Suave y templado, y con lluvias distribuidas de modo parejo a lo largo de todo el año, el clima de la pampa era mucho más amigable que el de las praderas de América del Norte o las estepas del Cáucaso, donde largos meses de frío y nieve acortaba el tiempo disponible para la cosecha y la siembra, elevaban los costos de producción y reducirían el rinde del cereal.

La emergencia de una agricultura extensiva y especializada, orientada al mercado mundial, no hubiese sido posible sin la mecanización del proceso productivo.

Hacia el cambio de siglo, cuando el grano argentino comenzó a llenarse a Europa en grandes cantidades, cuatro firmas exportadoras, filiales de poderosos grupos internacionales, se establecieron en el país e impusieron un férreo dominio sobre el comercio internacional de este producto.

La contribución de las empresas cerealeras al crecimiento de la economía de exportación fue muy amplia. En gran medida porque la agricultura carecía de una elite productora dotada de un influjo comparable al que los augustos estancieros de la Sociedad Rural ejercían sobre los ganaderos, estas empresas desempeñaron un papel de considerable importancia en la difusión de mejoras en las técnicas de cultivo, que realizaron con el objetivo de aumentar la escala de su propio negocio. Movidas por su propio interés, realizaron una contribución al desarrollo agrícola que fue quizá más importante y sistemática que la desarrollada por el estado a través del Departamento y luego Ministerio de Agricultura de la Nación.

La evolución de las exportaciones agropecuarias testimonia la importancia y profundidad de las transformaciones productiva recién mencionadas. El crecimiento de las exportaciones ganaderas y el formidable ascenso de las ventas de granos le permitió al país contar con una estructura exportadora bastante diversificada, en la que ningún producto superaba el 25% del valor total de las ventas al exterior. La performance exportadora del país de revela más notable si recordamos que en este período también creció a gran velocidad la demanda interna.

Los estados y las instituciones

El estado argentino desempeñó un papel decisivo en la creación de un escenario capaz de promover la migración de factores de producción, y de su acción dependió, en alguna medida, la orientación y profundidad de los flujos provenientes del exterior.

El estado se convirtió en un promotor entusiasta del progreso material, a cuyo servicio colocó porciones cada vez más importante de su presupuesto.

En la década de 1880, el estado finalmente logró imponer una moneda de curso obligatorio en todo el territorio nacional. También expandió la banca pública, promovió de manera activa la inversión extranjera, y se comprometió a respetar los derechos de propiedad. Asimismo, ofreció incentivos tales como la concesión de garantías de ganancia mínima para emprendimientos riesgosos e impulsó la importación libre de gravámenes de bienes de capital e insumos industriales. Todas estas iniciativas demandaron recursos y se apoyaron sobre el avance, a la vez material y simbólico, de la burocracia estatal. En esos años, el número de empleados y funcionarios de la administración central se expandió vigorosamente. Gracias a la integración política del territorio nacional que la expansión del sistema de comunicaciones contribuyó a acelerar, el aparato burocrático creció, pero también comenzó a trabajar de manera más efectiva y articulada.

La construcción de un estado dotado de mayor capacidad para asegurar el orden e impulsar el crecimiento contó con vastos apoyos entre las elites económicas, principales promotoras y beneficiarias de este programa. Asimismo, el orden liberal logró concitar adhesiones considerables entre los sectores medios y populares, en primer lugar porque la veloz expansión económica ofreció amplias oportunidades de mejora también para estos grupos. Con todo, las orientaciones básicas de la política económica fueron impuestas desde la cumbre sobre una población que, más que oponerse, buscó manera de adaptarse individualmente al nuevo escenario y, en particular, de aprovechar las oportunidades abiertas a partir de la expansión productiva.

En rigor, las mayores tensiones que el orden económico experimentó durante este período no fueron producto de desafíos provenientes de las clases subalternas o de sectores políticos rivales, sino de los riesgos que la proṕia elite gobernante se mostró dispuesta a correr para acelerar el crecimiento económico.

Poco después de la llegada de Roca a la primera magistratura, la Ley de Unificación Monetaria de 1881 fijó una nueva unidad, el peso moneda nacional, y puso a la pluralidad de monedas vigentes. También inauguró un régimen de convertibilidad. Sin embargo, las autoridades pronto demostraron su predilección por políticas expansivas en materia monetaria, a las que percibían como necesarias para redoblar el ritmo del progreso y desplegarlo en todo el territorio nacional. El mismo objetivo inspiró la expansión de la banca pública y mixta, que en esos años creció con rapidez, dominada por un ideal desarrollista que se apartó de los preceptos ortodoxos tenidos entonces por buena práctica bancaria.

La década de 1880 asistió así a una fuerte expansión de la moneda y al crédito, destinadas a acelerar el crecimiento económico, y a llevarlo hacia las provincias del interior que permanecían relativamente al margen de los progresos del litoral. El Banco Nacional, dependiente del poder central, desempeñó un papel primordial en esta última tarea; el Banco de la Provincia de Buenos Aires, por su parte, se convirtió en el principal vector para la expansión del crédito en la provincia más rica y dinámica del país. La ausencia de coordinación entre estas instituciones llevó el nivel de endeudamiento externo más allá de límites prudenciales. Abrumado por obligaciones imposibles de saldar en el corto plazo, el país ingresó en una crisis fiscal y financiera de al que tardó cerca de diez años en recuperarse.

Durante la Crisis del Noventa el peso perdió cerca de dos tercios de su valor, y la banca oficial y buena parte de la privada cayeron en bancarrota. El cese del ingreso de capitales tornó abrumador el peso de las obligaciones externas, y llevó al país a la cesación de pagos. Poco a poco, el aumento de las exportaciones e importaciones, y en consecuencia de los ingresos fiscales, fue reduciendo el peso de la deuda a límites tolerables.

Una vez superada la crisis, buena parte de las iniciativa destinadas a impulsar la transformación de las regiones más atrasadas del país no fueron reflotadas, y el estado se definió cada vez más como un auxiliar del mercado antes que como un  activo promotor del desarrollo.

En los quince años anteriores a la Gran Guerra, el estado desarrolló muy pocos instrumentos nuevo que le permitieran regular los mercados, construir un régimen fiscal más equitativo y sólido, avanzar en la regulación de las relaciones laborales, promover la acumulación de capital o impulsar el desarrollo en las regiones periféricas del país. En un contexto tan expansivo como el que se extendió hasta vísperas de la Primera Guerra Mundial, en el que el avance de la economía de mercado parecía resolverlo todo, el creciente estancamiento institucional del estado argentino no parecía preocuparse. Los modestos logros alcanzados en el desarrollo de capacidades institucionales para regular y orientar la economía sólo se volverían más evidentes en el mundo de la posguerra, cuando el empuje de las fuerza del mercado perdió vitalidad y la Argentina se encontró con que no contaba con instrumentos capaces de relanzarla.

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