Roy Hora, Historia económica de la Argentina en el siglo XIX, resumen capítulo 5: Buenos Aires, el litoral y el interior en la era de la lana

Foto del Dr. Roy Hora, Profesor Asociado en Universidad de San Andrés, Investigador Independiente del CONICET, y Profesor Titular en la Universidad Nacional de Quilmes.
Durante la era del lanar, la aceleración del crecimiento exportador profundizó la integración entre la región pampeana y los mercados del Atlántico Norte. Mientras Buenos Aires se afirmaba como el motor de la economía de exportación y principal nexo con el mercado mundial, y los distritos ubicados al oeste del Paraná ganaban importancia, las provincias mesopotámicas perdían dinamismo. En este marco, el interior experimentó una leve expansión. La población del litoral se vio favorecida por mejoras considerables en sus condiciones materiales de vida.
La ciudad de Buenos Aires
Las migraciones europeas constituyeron el principal motor del incremento demográfico porteño.
Esta sostenida expansión demográfica da cuenta de la creciente importancia económica de la ciudad, en primer lugar como nexo con el mercado mundial. En este período, Bueno Aires se afirmó como eje del comercio exterior Argentino.
Gracias a la prosperidad exportadora, así como a la masiva presencia de una población extranjera que había cruzado el Atlántico en busca de mejores oportunidades, en estas décadas tuvo lugar una visible europeización de las costumbres y los patrones de consumo. El derrumbe de la federación rosista, con sus aspiraciones igualitaristas, también contribuyó a la expansión del consumo. Nació entonces un sector de la actividad mercantil específicamente dirigido a atender las demandas de los grupos de mayores ingresos. Estas tiendas introdujeron nuevos estilos de comercialización. Los artículos con precio fijo desplazaron al regateo, y aparecieron sistemas de distribución domiciliaria. El comercio de bienes servicios de lujo se caracterizó por una creciente especialización.
En su mayor parte, los habitantes de la ciudad permanecieron al margen de los circuitos de comercialización más sofisticados, pero el incremento del ingreso y la creciente presencia de extranjeros integró a la población al consumo de modo más pleno que en décadas anteriores. Dicha tendencia también comprendió a las mujeres, pues la expansión del trabajo en talleres, así como el crecimiento del servicio doméstico, incrementaron la participación femenina en el sector mercantil de la economía.
La estructura comercial porteña se volvió más compleja y es probable que creciera el peso relativo de los trabajadores del sector sobre el total de la población ocupada.
Como efecto derivado de la expansión exportadora, creció la importancia de las actividades mercantiles y financieras vinculadas con el comercio de lanas, cueros y otros derivados del ganado. En parte debido a que el puerto no experimentó mejoras significativas, la actividad exportadora demandó cantidades crecientes de energía humana para la carga y la descarga, y en torno a los saladeros, las barracas y los mercados concentradores de Once y Constitución.
La expansión de la ciudad permitió que la economía urbana ganase cierta autonomía respecto a las alzas y bajas del comercio exterior. El ejemplo más palpable de la importancia creciente de este mercado interno lo ofrece el desarrollo del sistema de transportes.
La expansión demográfica y la prosperidad pública y privada contribuyeron al auge de la construcción, que afectó tanto a la vivienda como a la infraestructura urbana. Con el alumbrado a gas y el empedrado, los distritos céntricos de Bueno Aires adquirieron un aspecto más elegante y europeo. La construcción privada por su parte se expandió velozmente.
Breve caracterización del comercio de la época:
La llegada de inmigrantes dotados de destrezas técnicas poco frecuentes en el medio local incrementó la calificación de la fuerza de trabajo y las capacidades técnicas y empresariales disponibles, y permitió la aparición de nuevos emprendimientos, aunque casi siempre de modestas dimensiones. Nacieron así herrerías, carpinterías, talleres de confección de indumentaria, etcétera. Muchos de estos establecimientos combinaban la fabricación con la reparación; en todos ellos primaba el trabajo manual y una escasa división de trabajo. La fuerza motriz y la producción estandarizada se hallaban ausentes o desempeñaban un papel marginal. La producción dependía muchas veces de la demanda proveniente de casas comercializadoras, que combinaban la venta de productos locales e importados. Solo algunas empresas, que procesaban materias primas locales y producían para la exportación, lograron sobreponerse a las restricciones del entorno y alcanzar mayores dimensiones.
El mundo rural pampeano
La provincia de Buenos Aires: expansión productiva y crecimiento del consumo
Entre la caída de Rosas y la Conquista del Desierto, la provincia de Buenos Aires triplicó su territorio y alcanzó sus límites actuales.
En muchos de los distritos de la frontera que lentamente comenzaron a poblarse con ganados vacuno, a imagen de la pampa como un desierto siguió vigente, ofreciendo un marcado contraste con los progresos civilizatorios alcanzados por la capital y su área de influencia inmediata.
La expansión económica liderada por el ovino tuvo una modesta incidencia sobre la producción manufacturera bonaerense. La creciente integración de los mercados urbano y rural favorecida por el crecimiento de la red ferroviaria y a mejora de los de transporte, limitó el desarrollo manufacturero en los distritos rurales. En los pueblos de la campaña el número de talleres se incrementó, aunque siguió predominando el ejercicio individual y artesanal de los oficios. Los saladeros, y en menor medida los astilleros de los pueblos de la costa de Paraná y los molinos harineros, constituían las única empresa de alguna envergadura de la campaña, y en casi todos los casos eran más pequeñas que en la ciudad de Buenos Aires. Para satisfacer sus necesidades, los pueblos de la provincia dependían aún de la red comercial cuyo centro se hallaba ubicado en la capital.
La integración del mercado interno tuvo consecuencias aún más positivas sobre la producción de alimentos. Gracias al ferrocarril, la campaña encontró manera más directas y baratas para volcar su producción en el mercado porteño. El aumento de la población y del ingreso estimulo la demanda urbana, que reclamó cantidades crecientes de leche, verduras, hortalizas, cereales y madera. El incremento de la oferta de alimentos y combustible fue posible porque la inmigración aportó fuerza de trabajo y nuevas destrezas, tal como se pone de relieve en el hecho de que los italianos predominaran entre los quinteros y agricultores, y los vascos entre los lecheros.
Santa Fe: un comienzo promisorio
En 1726 las autoridades coloniales le otorgaron a la ciudad de Santa Fe el estatuto de puerto preciso, por el cual todos los buques que navegaban el Paraná entre Asunción y Buenos Aires debían fondear en su rada y abonar derechos. Durante el período de reformas borbónicas, este privilegio fiscal desapareció, pero para entonces Santa Fe ya contaba con los recursos provenientes de su ubicación a la vera de la ruta comercial que unía a Buenos Aires con el Alto Perú.
Las guerras de independencia y la fragmentación del virreinato golpearon con particular saña a esta economía dependiente de la provisión de ganado al Alto Perú y de los tráficos a distancia. Los años posteriores fueron aún menos amables para los santafesinos. Durante la vigencia de la federación rosista, Santa Fe siempre fue la más pobre de las provincias litorales.
Caseros constituyó el punto de inicio de una nueva etapa, signada por el crecimiento acelerado de las fuerzas productivas de la provincia. Su primer motor fue el mercantil, y giró en torno a la expansión del comercio interregional. Sancionada la libre navegación de los ríos, la privilegiada ubicación de Rosario pronto consagró a esta pequeña villa como el mayor puerto de la Confederación, y el principal eje de circulación entre a provincias litorales e interiores.
Grandes tragedias como la Guerra del Paraguay también favorecieron a la ciudad. Rosario centralizó gran parte del esfuerzo de abastecimiento de las tropas combatientes, y por su puerto pasaron ejércitos, alimentos, pertrechos y armamentos con destino al frente de batalla. La construcción del ferrocarril que en 1870 la conectó con Córdoba terminó de afirmarla como el segundo centro portuario y ferroviario de la Argentina.
Por otro lado, el Estado provincial era débil, más frágil que cualquiera de sus vecinos, y carecía de los recursos necesarios para impulsar la puesta en valor de esta extensa superficie. Resulta entonces comprensible que el gobierno pusiera en marcha un proceso de privatización profundo y veloz, en el que las vastas extensiones recién incorporadas fueron cedidas a precios muy bajos y en extensas parcelas.
Los distritos del sur fueron los primeros en encontrar su rumbo. Dado de que se trataba de las mejores tierras de la provincia no sorprende que fueran destinadas a la actividad más rentable del momento: la cría de ovejas. La ganadería lanar constituyó el segundo motor del crecimiento santafesino.
Mientras en el sur se expandía la cría de ovinos, en las pobres y despobladas tierras del norte se afirmaba una ganadería vacuna tradicional, de baja productividad, en el centro comenzaba tímidamente un proceso de crecimiento agrícola que, al cabo de algunos años, llegaría a consolidarse como el tercer motor de la transformación productiva santafesina. Más que en cualquier distrito, en Santa Fé el cultivo del suelo creció impulsado por la formación de colonias de agricultores europeos.
Las primeras colonias se hallaban integradas por familias agricultoras que empleaban su energía para producir una gran variedad de granos y productos de huerta, tanto para consumo propio como para la venta en mercados locales. Esta forma de organización pronto enfrentó serios obstáculos, ya que el tamaño de los mercados locales con frecuencia resultaba insuficiente para atender las deudas asumidas por los agricultores al instalarse o contraídas luego, a lo largo del ciclo agrícola.
Comenzó entonces a cobrar forma una agricultura extensiva y especializada, cuya punta de lanza fue el trigo. La vinculación con Rosario resultó crucial para la expansión de la agricultura santafesina.
En síntesis, en este período Santa Fé logró finalmente aprovechar las oportunidades generadas por el aumento de la demanda mundial de la lana ya la vez desarrolló fuentes de crecimiento directamente vinculadas con la expansión del mercado interno, tanto a través de la producción agrícola como en la actividad comercial. La provincia creció a gran velocidad, y al final del período poseía una importancia económica similar a Córdoba y Entre Ríos.
Entre Ríos: continuidad y retraso
La desaceleración del flujo migratorio europeo tiene por trasfondo la creciente atonía de la economía entrerriana en esta etapa signada por el cambio tecnológico. En buena medida, las dificultades de Entre Ríos fueron producto de limitaciones ecológicas que, de modo más acusado que en décadas previas, trabaron su transición hacia una economía rural más productiva.
La pobre calidad de los pastos entrerrianos incidió en forma decisiva sobre las características de la explotación ganadera, desalentando el empleo de técnicas más intensivas en capital o trabajo, o la mejora del rodeo.
Un segundo aspecto de la geografía entrerriana también incidió negativamente en sus posibilidades de desarrollo en esta etapa signada por el cambio tecnológico. Los ríos que rodeaban la provincia se convirtieron en un obstáculo insalvable para su integración en las redes ferroviarias que comenzaron a desarrollarse en esos años.
Entre Ríos reafirmó su perfil de economía del vacuno criollo, y conservó un amplio segmento de la economía. Los bajos niveles de integración al mercado y las limitaciones del proceso de acumulación de capital afectaron la circulación de moneda y el crédito. Entre Ríos no logró sentar las bases de un sistema bancario capaz de movilizar el ahorro local o canalizar inversiones externas, por lo que los grandes capitalista de la provincia se vieron obligados a operar en las plazas de Buenos Aires, Rosario o Montevideo.
A lo largo de este período la administración entrerriana careció de los recursos necesarios para contrarrestar las constricciones ecológicas o apuntalar a los frágiles actores económicos que promovían la transformación de la economía provincial. El tránsito hacia un nuevo régimen fiscal supuso una fuerte caída de la recaudación para el estado entrerriano, ya que la circulación mercantil interna era muy reducida.
Recién a comienzos de la década de 1860 el gobierno provincial puso en marcha un proceso de regularización de la propiedad del suelo, con el doble propósito de dotar a la administración de una nueva base fiscal e incrementar la seguridad jurídica de la inversión rural.
En la etapa aquí considerada, el estado no logró alcanzar ninguno de los dos objetivos. La constitución de un régimen de propiedad absoluta fue lenta y dificultosa, y los ingresos generados por los impuestos a la tierra resultaron magros. Más importante aún: el resultado final de la conformación de un régimen de propiedad privada supuso una pérdida de derechos para muchos ocupantes precarios y un reforzamiento de la gran propiedad.
El avance del orden económico liberal supuso, pues, una expropiación del de derechos para las clases populares rurales que ahondó a brecha social entrerriana. El avance del capitalismo en Entre Ríos se desplegó en una frontera en desaparición y crecientes dificultados para que los pobres del campo accedieran a la tierra. La muerte del viejo orden rural suscitó conflictos por el acceso a la tierra de una intensidad infrecuente en otros distritos pampeanos. De hecho, el descontento popular y las tensiones sociales acumuladas a lo largo de este proceso contribuyeron a desatar el ciclo de conflictos políticos que desgarró a la provincia en le primera mitad de la década de 1870. La prolongada guerra civil de 1870-1873 supuso grandes pérdidas materiales, desorganizó la administración pública y afectó los derechos de propiedad. Ello creó dificultades adicionales que impidieron que Entre Ríos siguiera el ritmo de expansión de sus vecinas Santa Fe y Buenos Aires.
El interior
La afirmación del estado central y el imperio de un nuevo orden legal crearon condiciones más propicias para el crecimiento económico.
Gracias a los cambios, las economías del interior comenzaron a exhibir síntomas de una mayor especialización, a veces impulsada por una integración más estrecha con los mercados litorales. Sin embargo, estos progresos no sólo fueron lentos y estuvieron circunscritos a algunas regiones, sino que su impacto positivo se vio afectado por los prolongados conflictos entre la Confederación de Buenos Aires y, luego, por las guerras civiles que ensangrentar las provincias andinas en la década de 1860.
En síntesis, a lo largo de este período se produjo una importante expansión de los tres grandes mercados en torno a los cuales venía girando la economía del interior desde la crisis del virreinato y a apertura comercial. Pese a las fuertes limitaciones de un sistema de transportes costoso y precario, parte de ese dinamismo alcanzó a las economías del interior, estimulando el cambio productivo, promoviendo la especialización y facilitando la integración de la producción regional en mercados más amplios.
Norte y Tucumán
Salta constituía el principal nexo con los mercados andinos y con los puertos del norte de Chile. La revitalización de la minería de la plata desde la década de 1840, y algo más tarde el auge del salitre en el desértico litoral pacífico, sentaron las bases para la expansión de un tráfico cuyo elemento central era el ganado mayor.
La importancia del mercado boliviano para la economía del norte argentino fue atusándose conforme avanzaba el período.
Cuyo
Hacia mediados de siglo, la agricultura del valle central chileno se convirtió en un importante proveedor de trigo para los mercados del Pacífico Norte dinamizados por el boom de oro californiano. El incremento de la producción de cereal supuso un avance de la agricultura sobre tierras antes consagradas a la cría de animales. La contracción de la ganadería del valle central de Chile creó oportunidades al otro lado de los Andes. Desde entonces, la producción y el comercio de ganado a través de la cordillera se convirtieron en los principales motores de la economía cuyana hasta la década de 1870.
El desarrollo de las praderas alfalfadas y, de modo aún más claro, de la agricultura del trigo, reforzó el poder de la élite mercantil mendocina.
Este sistema dio lugar a la constitución de un flujo migratorio de las provincias vecinas, e incluso de Chile, cuyo régimen de inquilinaje imponía condiciones mucho más duras para las clases populares. En estas circunstancias, la expansión económica mendocina contribuyó a profundizar la mercantilización de la economía, e incluso creó un contexto propicio para la emergencia de pequeños establecimientos bancarios. Sin embargo, dicha expansión tenía bases endebles. Hacia el fin del período, el trigo chileno perdió sus mercados en el Pacífico Norte.
Bienestar y equidad
Para el período 1850-1880, la información disponible sobre temas fundamentales como el bienestar y la equidad resulta pobre e incompleta, y sólo permite formular algunas apreciaciones superficiales. El primer dato a considerar se refiere a la sostenida expansión del ingreso per cápita, que a lo largo de este período se multiplicó por tres.
Este crecimiento de la riqueza no se distribuyó de modo equitativo, ni social ni regionalmente.
La incidencia del estado en la mejora de la calidad de vida de la población del interior fue modesta y en gran medida indirecta. La gradual desaparición de la guerra y la afirmación del orden estatal contribuyeron a crear un clima más favorable para el crecimiento económico, lo cual repercutió positivamente en el incremento del bienestar. Si las políticas públicas tuvieron algún impacto sobre el bienestar de las mayorías éste parece haber sido principalmente de tipo indirecto, a partir de la aparición del ferrocarril, la mejora de las comunicaciones y el incremento de la seguridad.
La situación de la educación elemental ofrece una perspectiva a partir de la cual evaluar la mejora del bienestar en esa sociedad. Dejada en manos de los estados provinciales y de los actores de la sociedad civil, la provisión de educación primaria exhibió una gran desigualdad regional, tanto en lo que se refiere a cobertura como a calidad.
Entre la caída de Rosas y la llegada de Roca a la presidencia, la mejora en las competencias educativas de la población del interior sin duda fue real e indica tanto que en un sector todavía minoritario pero no insignificante de la población adulta se hallaba convencido de la necesidad de educar a las nuevas generaciones, como que una parte de las familias disponía de recursos suficiente para demorar el ingreso de sus niños al mundo de trabajo.
En cambio, en el litoral, el incremento del bienestar resultó más profundo, aunque desigual según provincias y áreas.
En Buenos Aires y Santa Fe, el progreso material resultó considerable, tanto en la ciudad como en la campaña. Durante este período se produjo un importante incremento de los ingresos populares, que el alza del precio de la vivienda urbana no logró revertir. Aquí se concentró el grueso de la riqueza generada por el crecimiento exportador. El incremento de la cantidad y diversidad de bienes importados a disposición de los consumidores sugiere una importante ampliación de la capacidad de consumo popular. Estas circunstancias ayudan a explicar el crecimiento del flujo migratorio proveniente del interior y también, de modo más evidente, el sostenido incremento en el número de arribos de ultramar. Así, pues, el alza de los salarios, la creciente integración de la población trabajadora en el mercado, y el crecimiento y la diversificación del consumo sugieren una considerable mejora del bienestar.
El progreso educativo experimentado por los porteños no tuvo parangón en el resto del país. Sin embargo, en todas las provincias de la región pampeana se produjo algún avance.
Las diferencias regionales y sociales en el acceso a la educación no deben hacernos olvidar que, considerando al territorio nacional en su totalidad, la Argentina era el país de América Latina con mayor número relativo de niños en la escuela, lo que a mediano plazo le aseguró un incremento veloz de su población alfabetizada. Desde una perspectiva comparativa, la ampliación del acceso a la educación elemental testimonia un callado pero decisivo progreso civilizatorio. Este avance merece destacarse también desde una perspectiva atenta a la igualdad de género. El temprano acceso de las mujeres a la educación elemental constituye un paso de considerable importancia en el camino hacia una mayor igualdad.
Por último, la concentración de parte sustancial de los beneficios generados por la expansión de la economía exportadora permitió la formación de un poderoso grupo de grandes estancieros cuyas fortunas superaban las mayores acumulaciones de riqueza de la etapa colonial y de las dos o tres décadas que sucedieron a la independencia. A lo largo de estas décadas, la aceleración del crecimiento agroexportador incrementó los ingresos de los hombres y mujeres, pero también concentró una porción considerable de la riqueza social en el pequeño círculo de los más ricos.